"sentir" Hilos. 9




Sentir no era fácil.

Había que estar preparada para el abismo, para saltar en llantos y escalar ahogos hasta

expandirse en la brisa y en la risa.

Tal vez por eso muchos intentaban no hacerlo, anestesiados con prisas.

Se subían a un carrusel de luces y algarabías que se cobraban agujeros de carne en falanges o

extremos. 

Pero igual seguían, intentando no evitar el dolor  de respirar en un mundo

de oscuridad impune.

Durante años juntaron cadáveres por las calles mientras perfeccionaban las drogas correctas y

seguras.

La miseria se apoderó del paisaje hasta desafiar los cimientos morales de los que visionábamos

tanta astringencia de vidas sin removernos del sofá.

Y nos sentimos incómodos, incluso.

Siempre confiando en el sinfín continuo, en el movimiento perpetuo nunca contrastado, en la

quimera del progreso infinito.

Pero lo consiguieron, nos lo demostraron. Gracias a la incesante reposición de sujetos de

estudio de las zonas sin luz y montañas de dinero inyectados en la investigación, pudieron

llegar a desarrollar una anestesia segura, sin daños colaterales.

Y se expandió como la pólvora lo hiciera por China. 

Los primeros meses fue todo un alivio.

Hasta que llegó el Hastío. 

Primero fueron muchos hastíos pequeños, pero luego ya de un tiempo no se volvía de él, entonces ya eras víctima del grande, del Hastío.

De ese cansancio sin recompensa, de las cáscaras de risa, de los ojos opacos sin almohadas

fijas.

Los recuerdos no rebotaban entre ojo y ojo cuando escuchabas una cuerda rota, no te

activaban el alma.

Empezaron a entender que necesitaban sentir aunque fuera el mínimo, claro que no como

antes. 

Fue un jueves de impacto el que se dieron cuenta de que ya no podían siquiera intentar

la mímica.

Así que volvieron a los laboratorios, desanimados, hasta que uno de los becarios dijo que él iba

todos los fines de semana a los boliches de las tierras sin luz a absorber risas ajenas.

Se paraba cerca de algún grupito, y empezaba a escuchar lo que decían, se dejaba llevar, fluía

en sus soliloquios de ignorancia y vulgaridad y cuando sentía que estaban por expulsarla, en el

momento culminante, abría la boca y cerraba los ojos para reírse como ellos.

Para desparramarse en las venas, gotas de calor redondo y chispeante.

Decía que incluso ahora se estaba aficionando también a absorber algunos llantos, le

resultaban muy útiles para ciertas melancolías irresolutas del pasado que insistían en

anudarse en la garganta los días de gris.


Y así empezó la diáspora hacia las tierras sin luz de un lado y de los habitantes de las tierras sin

luz a los laboratorios, del otro.

Con el tiempo ya no estaba claro las procedencias ni las suficiencias pero seguían

intercambiando roles y sentires en un abismo circular y grotesco.

La mezcla era atroz. Porque había que ser siempre más uno que parte, cuando ser parte era el

todo.

Seguro estaban mejor que ayer aunque muchos insistían en que esa experiencia kinésica no

podía llamarse vital en toda la definición del término.

Ahora sólo quedamos los que habitan pero ya casi ni eso.

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