jueves, 7 de agosto de 2025

El asceta

                                                             Asceta

 

Algunas piedras frías transitan mi nombre. No molestan, tienen el olor del alivio.

A veces me consuela una frase que me revienta las retinas por cinco segundos. Luego entiendo su futilidad y la desintegro en el aire que entra y sale de mi pecho en forma rítmica y profunda.  A mi alrededor sólo hay viento.

No sé cuánto hace que estoy acá porque hace mucho pude eliminar los números. Pensé que iba a ser de las últimas cosas pero fueron el principio.

Más tiempo llevaron los adornos o adjetivos. Aunque una vez desintegrados, el resto de palabras brillaron con una óptica infinita. Pero no hay que engañarse, no son más que cadáveres vacíos de sentido, apenas moneda de cambio para entenderme con los que antes eran los míos.

Muchos dirán que en realidad, nunca podré eliminarlas, que siempre estarán acechándome en la sombra de una sinapsis torcida, de un recuerdo dormido de una siesta de niño. Puede ser, pero mi misión es probar, mi misión es tratar de librarme de esos dispositivos contaminados de una arquitectura perversa, para reescribir el mundo. El lenguaje ya no es nuestro. Ya no son los minúsculos cambios anónimos, fragmentados y fortuitos los que dirigen su ruta.

Él lo entendió al ver una imagen en una foto. Sólo una. Una imagen que nadie debería ver nunca, porque nunca debería haber existido. La imagen del horror más profundo. Y alrededor de esa foto vio envolverse círculos de escarnio, estructuras de funcionamiento que se insertaban en la sociedad, embelleciendo, suavizando, mitigando el horror y limpiando culpas con nombres ridículos como lavado de activos.

Él entendió que las palabras ya no tenían significado, en el sentido más literal,  entendió que no había verdad en las letras entrelazadas que esculpían sonidos. Y emprendió una cruzada voraz para destruirlo.

Escribió mucho, publicó tesis, dio charlas y en general, hizo ruido. Pero nada cambió. En el camino, él mismo se convirtió en una Persona Grande de las que venden libros y es respetada por los que nadie debería respetar.  Libros pagados con el dinero que pagaban los que limpiaban y maquillaban el horror de las imágenes más viles. Y seguía usando el lenguaje para quejarse del lenguaje, en una crítica imposible.

Un día se despertó y todas las caras que vio le parecieron familiares. Todas. Los médicos le recomendaron un retiro, tenía sobredosis de empatía. Uno no puede dejar que esas cosas le afecten tanto, ya se sabe, si no, todos nos levantaríamos como perros rabiosos a defender lo más puro, a lapidar a los monstruos, a extirpar el Mal y sus Cómplices. Pero nadie lo hacía. Fue así que llegó a las Sierras, sólo.

Y aquí estoy desde hace mucho, aunque no sepa en realidad cuánto. El otro día me visitaron unos. No pude hablarles. Los escuché en silencio, por hastío. Decían ser los Consejeros de Oficio, me contaron de un nuevo método para proyectar mensajes subliminales literales de significado preciso y no emotivo. Lo hacían mediante músicas y textos no creados por humanos o divinos. Me hablaron de las ventajas de ese nuevo sistema para el funcionamiento y limpieza general. Me agradecieron también porque, dijeron, había sido idea mía. Cuando terminaron de hablar se quedaron en silencio esperando una respuesta. Pero yo ya no puedo pensar ni hablar de la misma manera, las piedras que me integran se revolvieron en las tripas haciendo que dos hilitos de mar brotaran tibios de mis ojos. Yo sólo puedo seguir viendo la imagen, una y otra vez.

Hay un niño y está asustado, al lado hay alguien que no debería.

Algunas piedras frías transitan mi nombre. Ya sólo dejo que se ensañen con su punta y su frío, ya no hay alivio.

FIN

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