jueves, 7 de agosto de 2025

El gualicho

                                                             El gualicho

 

Me acuerdo de verla caminar por el campo, con el viento.

Los árboles se iban sumando a su estela, como si a cada paso un pulmón invisible se armara de nubes y yuyos para levitar encima de su cabeza, para hacerla flotar sobre las crines plateadas de los pastos grises cacheteados por el viento. Yo recuerdo.

Recuerdo la forma nerviosa que tiene el helecho de enervar sus hojas, obsesiva, precisa. La flor amarilla y chiquita, apretado tesoro de la mano mojada, apenas niña.

El soplo que explota en deseo, los fuegos de artificio de una flor de cien filamentos, desquiciada por esparcir sus semillas.

Arañas mascotas de los quinchos altos, que no penan esquinas o techos.

Palitos de plantas cortadas y unidas por velcro oscuro, la conjunción fecunda de los elementos, el fermento agrio de las totoras en el agua encarchada de renacuajos.

Y entonces sucede, la maldita memoria se instala en la espalda de la nariz, como una espina de sueño que hilvana el recuerdo y lo trae de prepo.

Todo es cómplice de un conjuro sencillo.

No importa escapar muchas veces, nadar muchos mares, amar las montañas, sentirse por fin, ligera y sin juicio. No importa. Habrá que ir al encuentro o resonar en cuencos vacíos.

Nada puede sacar ese hedor profundo, ni siquiera el aire, sólo queda sentirlo.

Sólo queda llegar y aspirar, por fin, el olor sucio y primigenio del Río, ese que devuelve iodo cuando se quiere sal, ese que extermina el frescor en la piel pegajosa y deja restos de alquitrán en los pies desnudos.

Hecha la trampa, ahora yo soy el recuerdo que alguien está soñando en algún lugar ya extinguido.

 

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal