FINGIR DEMENCIA (Newsletter publicada en el Podcast "Recordarte", cuando formaba parte de ese proyecto).
"Mamá pará el viento", me dijo el otro día mi hija de casi cuatro. Yo la miré con una sonrisa que era más de terror que de calma.
"No puedo", le dije. Ella me miró entre incrédula y molesta. Y descubrió otro límite que todavía no entiende, una frontera ciega que todavía no puede alumbrar el pensamiento o la memoria pero reconoce inquietante.
Hace unas semanas se murió una de nuestras mascotas, Ramona. Sí, lo sé. Con su papá le explicamos de manera torpe y honesta lo que pensamos que es la muerte para nosotros. Nada la conformó, aunque decretó que no quería hacer más preguntas. Entonces vinieron a verla tíos, primas, abuelas y amigos. Y a cada persona le preguntaba si sabía que se había muerto Ramona para chequear las versiones que le daban entre ellas y ver si coincidían. La investigación todavía sigue abierta en el paso de los días.
Es el tiempo del reposo, de la escucha, del adentro.
Necesitamos las pausas. Esos tiempos de estremecerse y hacerse humana. Eso debería ser algo mínimo; pero entretener este concepto me parece bastante difícil después de ver por un momento con el rabillo del ojo que ya alcanzaron más de no sé cuántas infancias suprimidas o rotas. Acá y no sé dónde. Nada nuevo, ciudadanas de escasa edad y falta de voto o expensas.
Me gusta entender cómo funcionan ciertas costumbres adquiridas porque tienen la capacidad de transmutar en cosas, como si estuvieran lejos del mundo de la invención.
El otro día me crucé con una ex vecina que no veía desde hace mucho tiempo. Las dos somos mamás ahora. Nos miramos y nos reconocimos enseguida, aterradas y felices. "Qué difícil criar en estos días", me dijo, "no estás sola", dije con cada fibra. Hay que hacer una comunidad y tal vez no es tan difícil, tal vez es cuestión nomás de salir a la vereda y charlar. Acordar y acordarse.
A mí me gusta defender la vida. Defender la crepitante sensación de asombro y privilegio de sentirla. A mí me gusta ensalzarla como una gloria cósmica pero no divina. Defender su pluralidad, su alegría transversal y su necesidad de amar, así, como se pueda. Y todo lo que no sea eso, se reconoce como un límite inquietante que no puede alumbrar todavía la razón o la lógica.
Nadie me puede convencer de desterrar la muerte de ciclos. La muerte artificial y venerada es un límite como especie, sí, claro que sí, pero desde hace mucho. Un límite animal. Un límite que debería ponerte los pelos del cuello en vertical infinita.
Porque nos necesitamos, nos necesitamos siempre. Y todo lo demás son costumbres adquiridas, de esas que hay que resistir hasta que caigan por sí mismas.
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