"Cuerpo Extraño Olvidado" publicado en la antología "Al filo de la cordura" (Alas de Cuervo ed.) Fragmento
Al principio me costó un poco entender lo que pasaba porque por esa misma época habían llegado el sillón y las hormigas y eso me afectó mucho.
Al sillón lo habíamos comprado de oferta en la mueblería, no solo tenía tres cuerpos, sino que tenía uno de esos cubos donde poner los pies.
Siempre había querido uno así, fue maravilloso, de repente teníamos un hogar.
Pero a la segunda noche empezamos a ver algunas líneas intermitentes y móviles reptando por la pared blanca. Al cuarto día fueron gusanos, subían hasta el techo y después nunca los encontraba, no sabía si se habían ido por la ventana o los agujeritos del enchufe y yo estaba de un mal humor sostenido desde que se había llenado la casa de indeseables.
Cada vez que me recostaba, intentando una postura de descanso, respirando olor a Flit y con los nervios crispados, sentía que me reptaban hormigas por el pelo y gusanos en el oído.
No era yo.
Tal vez por eso iba sin mirar y me caí en el fondo, me tropecé con el casco del accidente, fue difícil, tuvieron que hacerme de nuevo en varias partes, una recolocación aquí y otra allá, con hilos de nylon.
Recuerdo el material porque me hizo gracia pensar que iba a quedar como una calavera sujeta con tanza que una vez había visto bailando de chica en una película de Halloween.
Esa sensación de bienestar que da que te curen, creer, por un momento, en el progreso de forma positiva.
Dejar colgada la eterna sensación de gratitud al abandonar la habitación blanca y vacía del hospital para abrazar la frivolidad de la vida en compañía, ya después, poca tibieza da la restauración, tan efímera y encorsetada.
Pero bueno, ya se sabe que la vida es un filo de serrucho, arriba y abajo, por eso cuando me caí en el fondo creo que de alguna manera no fue fortuito, él me reclamaba desde siempre.
Siempre atrás, enmarcado entre alambrados llenos de tembleques y postes torcidos, sólo el pasto recién cortado fundaba los límites donde se retenía el hogar. El resto era del campo, del fondo.
Juguetes de plástico, pañuelos de tela, medias solteras, cucharitas o cuchillos clavados en la tierra, todo era tragado por el fondo.
Una nunca se daba cuenta, cuando volvías de juntar la ropa seca de las cuerdas, cuando salías a tomar el matecito de té con miel o el pañuelo de tela que escapaba por la vorágine del viento para terminar en un tronco seco.
Entonces empezaba él a recolectar sus cosas, disimuladamente, echando un poco de tierra o dibujando con hojas un vestido de olvido.
Eran acciones mínimas, pueriles, pero el fondo era un maestro en el arte de la estrategia, los humanos solo teníamos pereza.
Todos dudaban y mientras tanto, él iba engullendo tranquilamente los mocos petrificados en la tela, el aluminio contaminado de pinturas y veneno o tal vez hilos y hebras de lana al fin un poco comestible.
Creo que ya puedo decirlo, total ahora no importa, creo que el fondo me hizo caer a propósito, pero yo estaba tan enojada que ni me di cuenta.
Sin embargo esa noche, un pinchazo vibrante me atravesó el ojo en una mueca grotesca como trismo de tétanos.
Nos miramos entre los ecos y crujidos de mis vértebras queriendo ser silencio.
Fuego. Mi cuerpo se retorcía como calavera de la danza de la peste, sin darme tiempo a procesar tanto dolor en la piel ácida, en los músculos mordidos, en los huesos arbitrarios al chocar sus límites.
En Emergencias recetaron un colirio potente con antibióticos y por supuesto pastillas para los nervios, cuadro de ansiedad y conjuntivitis.
Después de dos meses ya había perdido quince quilos y el ojo se había salido del eje invisible que da la convivencia en sociedad.
El mío miraba donde quería y se detenía en lo que él quería un tiempo incómodo para mí y para el depositario de la mirada.
Ya era imposible salir de la casa, afuera empezaba a ganar el cansancio de que no me curase.
Poco a poco las caras de lástima daban paso al juicio fácil para descargar el día.
Y también para qué mentir, ya había ganado en mí terreno la idea de que ese ojo ya no me pertenecía, que una entidad enferma y tóxica había usurpado mis tejidos y mis líquidos para hacerme sentir ajena. (...)

