Hilos 8. Comiendo vidas enero 03, 2024
Comiendo vidas
Miro por la ventana pero no hay nubes aunque sí gotas.
Veo el amarillo inexorable y polvoriento de la tierra tachonarse de lunares mojados y sucios.
Las únicas hojas verdes son vestigios de cardos o cerrajas con sus flores violentando el desierto.
Plantas anónimas y resistentes, generosas en regalar alimento, antes malditas sin nombre por ser nativas, desintegradas en el olvido común de los yuyos.
Así les decían los antiguos.
Plantas que alimentaron las vidas que ahora me alimentan.
Legiones de ojos miraron antes de mí este río, ahora seco.
Montones, miles, apenas brillos.
Luego se hicieron fuego y cenizas para pegarse a los cantos de las piedras, a raíces añejas de coronillas y sauces, al clamor rebelde del ceibo en el agua.
Y puedo sentir la paz de los montes históricos que servían de refugio en las carreras de niños, de risas chapoteando entre el calor y los juncos.
Todo eso alimentó esta tierra, los higos del verano que eran dulce en otoño.
Los tomates voluptuosos de las quintas de diciembre y las noches serenas de refresco en la brisa.
Con las estrellas más amarillas, rosadas y escurridizas.
Así de indómitos crecimos.
Comiendo vidas ajenas diluidas en todos los elementos para infectar la nuestra.
Gente que no conocimos nunca.
Algunos dicen que ellos no tienen nada que ver conmigo.
Pero yo sigo escuchando el fuego y abonando esta tierra con orín para que me dé sus frutos.
En algún recóndito fragmento mineral, puedo distinguir una chispa serena que me nutre y me calma.
Legiones de bocas me dicen que así no se vive, que hay que abrazar el tiempo éste como si fuera algo mío. Que nada tengo que ver con los que vivieron antes, pues no son mis abuelos, ni mis hijos ni mis primos.
Ellos no saben que en las noches sin quererlo escucho un susurro.
De voces antiguas, de vidas libres, de cantos de vientos, donde todo se detiene, se marea o se hace uno.
Ellos no saben.

